Graciela Rivera
(entrevista hecha en 27-junio-2003)
Casi todos los jóvenes cuando me hablan dice: “mi abuelito, mi padre era fanático de usted.” De todos los funcionarios de gobierno, la única que se interesó en lo que yo hacía fue Felisa Rincón de Gautier, cuando era alcaldesa de San Juan, cuando yo regresé a Puerto Rico en 1947 luego de estudiar y trabajar allá (yo salí en 1940). Felisa se apegó mucho a mí. Cuando yo le decía que tenía que ir a New Orleans a cantar, ella iba a verme, ella pagando el pasaje, aún yo queriendo pagárselo (ríe). Había un vínculo tan grande entre nosotros, que te puedo decir que la tradición que conocemos nosotros de los Tres Reyes Magos enfrente al Capitolio, empezó en su casa, y mi esposo se los hizo. En su casa mi esposo armó los reyes, el pesebre, con unos vecinos que ella tenía. Felisa fue como una mamá mía, también.
Yo nací en Ponce. La situación mía es peculiar, empezando porque era la séptima de ocho hijos, y no tuve nada nunca… en mi casa, desde los cinco años, mi padre tenía Victrola, y tenía discos de Caruso, y yo oía esa música y me ponía a imitarla, pero yo no sabía que era ópera. En casa había piano, porque mi padre era ministro, y se ponía a tocar los himnos de la iglesia. Mi madre me dice que a los dos años yo bailaba la música de los himnos… (ríe). Por eso decía que yo tenía la música por dentro. Porque eso es una cosa que tenemos todos los puertorriqueños. No hay gente que no tenga talento natural aquí (sonríe)
Yo cantaba “Cristo me ama… Cristo me ama…” y lo sentía y todo. Empecé a ir al culto y aprender sobre Jesús y todo, desde los 5 años.
Mi familia luego se mudó a Cataño. Vivía en la Punta, en Cataño. Al principio iba a la escuela en la Punta. Todo el mundo le llama “La Puntilla”, pero era verdaderamente la Punta, y de vez en cuando se metía el agua en los salones, y nos teníamos que ir. Luego hice el 4to. Grado, en la Horace Mann Towner, y tenía que ir hasta la plaza o más lejos para ir a la escuela, y era un camino… no podíamos ir en carro, si no, se rompía.
Mi padre tenía carro cuando yo era niñita. Me acuerdo que todos nos sentábamos en el carro, que era un carro marca Willie Snyde, algo parecido a un Willis Jeep. Como los taxis de Inglaterra, el carro tenía dos sillitas atrás. Mi padre ponía una tabla grande atrás, y nos sentábamos cuatro (ríe). Íbamos siete en un carro, tres y cuatro. Todo el mundo iba desde Cataño a Vega Baja, donde nació mi padre.
Toda esta cosa musical estaba natural en mí. Yo iba al piano, oía una melodía, y la sacaba en el piano. Escuchaba las notas y sabía donde tocarlas. Iba a las películas de Hollywood, que al principio eran mudas, no había mucho de eso, pero luego, para los 1930’s, ya había muchas películas musicales. Yo iba a la primera tanda, y me aprendía la melodía y todo; a la segunda me aprendía la letra. Regresaba a casa, y ya yo me sabía todo. Antes de que viniera, con el curso del tiempo, antes que vinieran a Puerto Rico esas canciones. Era increíble.
Tuve la suerte que el Señor me dio un talento natural, y mi familia me dejaba estar expuesta a eso, no les molestaba. Recuerdo que a los once años, cuando yo estaba en séptimo u octavo grado, a las once de la noche, todo el mundo en casa estaba durmiendo, y yo estaba en casa, pegada a un radio, oyendo una estación de radio de Miami, desde el Hollywood Hotel, y era todo melodías. Yo oía eso y me encantaba. Era el deseo que yo tenía de oírlas. Yo imitaba las películas de Imperio Argentina, Libertad Lamarque, Grace Moore, Lily Pons… yo oía todas esas películas. Tenía ese interés. Uno aprende muchísimo de las películas, cuando son buenas. No hay donde aprender más que con ellas.
Siempre estuve expuesta al inglés, buen oído para el inglés. Mi padre trabajaba con misioneros americanos, ellos le vendieron una enciclopedia, y la que nos compró era en inglés. Allí estuve expuesta al inglés, a la música y a cosas de medicina. No sé si fue por la época, pero yo tengo un hermano, que todavía está vivo, el que me queda vivo, él y yo íbamos al cine, en el tiempo que las películas venían de Hollywood, donde los subtítulos eran en español, pero todo era en inglés. Al escucharlas estabas aprendiendo en inglés. Yo cuando regresaba a casa era capaz de repetir los parlamentos de las películas, frases que no son comunes en inglés. O palabras que uno repetía, que no eran comunes o las mejores en vocabulario, pero todo lo aprendí por el oído.
Porque tengo un oído, gracias a Dios, que me ha dado muy buenos resultados. La entonación, es un orgullo que yo tengo. La primera crítica que me hicieron en Italia… yo no lo podía creer. Explicaban cómo era que yo cantaba, cómo lo hacía, que decían que yo “tenía una entonación natural, y por lo tanto, perfecta” (ríe). Yo no sabía que yo podía hacer eso. ¡Yo nunca tuve maestro de canto! Yo tuve maestros de piano…
En casa yo escuchaba música por mi cuenta, y en las películas, pero de mi casa no me llegaba la motivación para cantar. Eso me llegó en la escuela. Primero me sospeché que tenía vocación para esto cuando estaba en 4to. grado, en la Horace Mann, un edificio grandísimo, en Cataño. Todos los viernes por la mañana tenían “opening exercises”, una costumbre muy bonita. Nosotros nos poníamos de pie, en fila, y mientras esperábamos venía gente a cantarnos y a bailarnos, a hacernos un entretenimiento. Me acuerdo como hoy que vino un muchacho, a cantarnos (canta “Painting the Clouds with Sunshine”) “When I pretend I’m gay / I never feel that way / I’m always painting the clouds with sunshine …” Una cosa que entraba, y en inglés, que se me quedaba… qué mucho yo aprendí de ese show.
Luego de Cataño nos mudamos a Santurce. Estudié en la Rafael Cordero, 5to. y 6to. grado. Luego, en la Rafael María de Labra, donde estudié 7mo. y 8vo., allí fue que empecé a cantar, un poquito. En la Labra teníamos –lo más bonito que yo encontré-, teníamos varias clases. Las mujeres teníamos costura –los varones tenían “shop”, teníamos clases de cocina, de arte y de música. Cuatro distintas cosas, según una deseara. En la clase de costura fue que aprendí a tener pa-cien-cia (ríe). Cogía una falda de campana, y tenía que hacerle el ruedo, a mano. Yo misma me eduqué a hacerlo, pensé que no iba a terminar nunca, pero me motivé a hacerlo, una y otra vez. Así me motivé a esperar, a tener paciencia. Y la paciencia es muy importante, hace mucha falta ahora. Hoy día nadie tiene paciencia, en la calle, todo es prisa, y no es necesario…
Nosotros cantábamos ópera en la Central High de Santurce. No sabíamos de música, ¡cantábamos todo de oído, en italiano, no en español! ¡Según lo oíamos lo repetíamos! Yo canté Rigoletto, canté Lucía de Lamermoor, hice Il Trovatore, que no es para mí, pero en aquél tiempo no importaba, Aída, al final... en la Central High. Un señor americano, que vino a Puerto Rico a enseñar inglés, y tenía problemas de respiración o alergias para quien el clima tropical le convenía. Vino a Puerto Rico, y era un ardiente amante de la ópera, y había estado en el mismo escenario que Mary Garden, una de las famosas cantantes americanas de la ópera. Él se propuso hacer esas óperas en la Central, y de de momento, muchachos que no se portaban bien en ninguna clase le ayudaban a hacer el escenario, la escenografía y todo.
La matemática no me entraba. Los números, nada… y sin embargo, cuando fui a estudiar a Juilliard, tuve que hacer un semestre de teoría sin crédito. ¡Qué bonito yo encontraba que, cuando yo fuera a llenar partituras enteras de ritmos, en distintos tiempos, tenía que aplicar nociones de matemática a la música. Y todo tiene que ver con matemática… el mismo principio del denominador común, en la matemática, y en la música, el requinto. Claro, al principio no me gustaba, porque tenía que pensar en términos de notas numéricas: La redonda, la blanca, la negra, la corchea, la fusa, la difusa y la confusa… (ríe estruendosamente)
Nunca tuve presión de grupo negativa. Lo que sucedía era que a mis compañeros no le importaba lo que yo hacía. Yo hacía lo que hacía. (Suspira melancólicamente)
Yo tuve una tristeza en mi familia porque mi padre, que era ministro, llegó el día en que, según mi madre, “cayó en la tentación”, y se fue. Nos abandonó. Es decir, él no estaba. Entonces mi madre estaba tan triste y tan desolada que no se interesó mucho en llevarnos a mí… ella, como si se hubiera perdido, no sé. Ella no se suicidó, ni se quiso matar, porque tenía mucha religión, pero que, era como si estuviera dejada de nosotros. Nosotros nos cuidamos nosotros mismos. Yo misma me acuerdo, siendo de las últimas… Lo único que tenía fácil era, me acuerdo, que cuando llegaba el tiempo de la limpieza de la casa. Las hermanas mayores (éramos 4 mujeres y 4 varones), hacían todo, y a mi me tocaba limpiar los muebles… poquita cosa. Cada uno hizo de su parte cuando mi padre no estuvo ya. Por esa razón todas seguimos lo que queríamos. A mí, pues, me encantó la música, y la seguí.
Teníamos suerte, porque, en las películas mudas, como no había música, yo no sé a quién se le ocurrió esto, pero en los teatros lo que se tocaba era música clásica. Yo he oído óperas completas, La Bohéme (de Giaccomo Puccini), por ejemplo, musicalmente, la orquesta, sin los cantantes (tararea música del primer acto), como fondo de esas películas. Yo vi además una película que era de (Vincenzo) Bellini, un compositor favorito, que yo no sabía quién era, La Casta Diva , que luego la aprendí. El Señor me dio la oportunidad de cantar en el pueblo natal de Bellini, en Catania, en su pueblo natal, en Italia, una ópera de él.
En mi caso, yo tenía la musicalidad por dentro, pero no estaba muy ansiosa por estudiar o dedicarme a eso. En primer lugar, no había dinero, no había oportunidades. Yo siempre veía las películas musicales, y salía del cine cantando las canciones (imita a Libertad Lamarque). Nunca pensé qué era lo que debía hacer. En la escuela Labra empecé a cantar para otras personas; antes de eso, solo en la iglesia, y muy poquito. En la Labra, la maestra de la clase de música dice un día: “vamos a hacer un show, y vamos a presentar esta canción”; y nos enseñó “Coctails for Two” una de las que yo oía en las películas.
Empezamos a cantar todos la canción, muchachas nada más. Las clases estaban segregadas entre muchachos y muchachas. En la segunda parte, que era mucho más alta,
“My head may go reeling
But my heart will be obedient
With intoxicating kisses
For the principal ingredient…
yo me pongo a cantar, y todas las muchachas me dejan solita… ya yo me sabía toda la letra*:
“…Most any afternoon at five
We'll be so glad we're both alive
Then maybe fortune will complete her plan
That all began with cocktails for two”
(Nota del Editor: Gracias a Spike Jones, ¡yo tambien me la sabía!)
Así que me cogieron para ser la solista… (ríe) Me tocó vestirme de hombre con una etiqueta, rodeada de muchachas, cantando con un cigarillo en la mano… porque la letra lo decía: “As we enjoy a cigarette…” Cuando todo el mundo se fue, yo quise probar, para ver de qué se trataba eso, que todo el mundo fuma. Hice así (aspira imitando fumar) y dije: “Dios mío, ¡qué malo es esto!”. No tosí ni nada, porque no me hizo efecto… pero no me interesó para nada. Luego descubrí que mi esposo se tardó casi ocho años en dejar de fumar. Eso me ayudó a mí en el futuro. Los cantantes debemos tener el pecho saludable. No hay que dudar que algo que tú le echas al cuerpo que no debe estar allí te va a hacer daño, incluso las cosas que te agradan. Es como cuando te vas a dormir; yo tengo ahora mismo un régimen, donde para dormir me tomo un vaso de leche y una galletita… pero solo una, por más que me guste. Creo que la palabra esencial aquí es… ¡di-sci-pli-na! (ríe) Me preguntaron en el programa de televisión “Cultura Viva” cuál es el secreto de yo estar en buena salud, cómo se explica como estoy a los 82 años. La respuesta es esa, disciplina.
En el teatro, especialmente en Estados Unidos… allí estuve en televisión y radio, todos los canales de New York… Por ejemplo, en programas especiales como The Bell Telephone Hour; en Canada yo estuve en radio, en un programa específicamente hecho para Latinoamérica, y donde yo he cantado un aria que no he cantado más nunca , la más difícil que hay, de Richard Strauss, una parte de coloratura… preciosa. Yo he tratado de averiguar si es posible saber dónde y cómo está. En la NBC había un programa de variedades llamado “Your Show of Shows”, un programa de variedades con Imogene Coca y Sid Caesar. Yo estuve allí con ellos, substituyendo a otra que cantaba las óperas y el material clásico en el programa, Marguerite Piazza. Yo la substituí a ella un verano. Ese show lo hacíamos en New York. Teníamos que hacer kinescopios para la costa oeste de los Estados Unidos (no había transmisión directa al oeste de Estados Unidos). Eso fue en el 1953, 1954. Eso debe estar por ahí en algún sitio*. Yo también hice en el Radio City Music Hall, en 1961, un show dedicado a Puerto Rico. A mí me usaron como la que sabía de Puerto Rico. Yo no sabía tanto de música popular, pero les expliqué ciertas cositas, y ellas las siguieron al pie de la letra. Les dí la idea para un “overture” que comprendía las piezas que yo hago cuando hago conferencias ilustradas sobre la música puertorriqueña. En Carnegie Hall hicimos un show patrocinado por el Periódico El Mundo, “Famous Puerto Rican Stars in the World of Music” con José Ferrer.
(N. de R. - Yo busqué esas referencias como un demente, a ver si podíamos sorprender a la Sra. Rivera con un video de su actuación en los dos programas. Se nos hizo bien, bien dificil. Aparentemente de 175 programas de Show of Shows la Biblioteca del Congreso tiene "videocassettes" de aproximadamente 40. De Bell Telephone Hour aparentan haber muy pocos. Si a alguno de esos investigadores fiebrús de Internet se le ocurre ayudarme a buscarlos... no pierdo las esperanzas de hacérselos llegar a doña Graciela un día de éstos...)
Yo serví de profesora en la Universidad de New York por 15 años. Hoy día vivo aquí porque estoy pensionada por esa labor; de otro modo no podría vivir del canto en Puerto Rico. Allí una de las primeras cosas que hice fue dar una clase de la historia de la música puertorriqueña. Escribí mi libro sobre el tema mientras lo estaba enseñando. Allí hablé de raíces, influencias y desarrollo autóctono. Empezamos con nuestras raíces: la percusión de los indios, que no se puede negar, pero todo lo demás venía de fuera. Llegó el día en que acá en América sacamos un primer ritmo, la habanera, que llegó a Europa. Allá Georges Bizet pone la habanera en su ópera Carmen (tararea “L’amour”) Cuando le tarareo el ritmo a los niños, eso a ellos les gusta, y les recalco que eso salió de acá para Europa, en el siglo XIX. Quizá hubo influencias antes, pero ese ritmo pega por toda América y Europa. Uno de los sitios donde pega es en Perú. Allá un cantante operático y se aprende la “Bellísima Peruana / Imagen del Candor…” viene acá, se enamora de una puertorriqueña, y para que cuadre con el ritmo le cambia la letra a “Bellísima Trigueña…” Nos llama trigueñas, que es bien bonito… Y a la larga eso termina siendo nuestro himno…
Yo tuve que ver tanto con esas historias que pasaban… lo que más me gusta, y lo que más recalco siempre, es que hay siempre influencias en todo lo que uno hace. Este americano Gottschalk, que viene de New Orleans a Puerto Rico, y se empapa de todos los ritmos negros, de allá y de acá. Y luego le atribuyen haber escrito una danza puertorriqueña… no, eso vino después. Tuvo ese deseo de que se conociera la música de Puerto Rico en otros lugares.
Yo fui a Estados Unidos a estudiar, porque siempre tuve de alguna forma la conexión con Estados Unidos. Primero, por mi padre y los misioneros, luego en la escuela.
Este señor americano que enseñó en la Central High presentó óperas allí. No he oído de ningún lugar en el mundo donde lo han hecho en Escuela Superior. En los colegios lo hacen, allá, aunque acá lo han hecho, son obras más ligeras, y de Broadway… pero la primera ópera que se montó acá. Yo no sabía lo que era opera, no quería oírla. Él presenta una operetta, y yo estaba en primer año de high. Era “The Pirates of Penzance”, de Gilbert y Sullivan, a 25 centavos y 15 centavos. Mi interés estaba en la música de las películas de Hollywood, y por eso no quería ir, pero una vecina mía, que era maestra en la Central, me dio dos boletos, para que llevara a su hijita. Yo siempre me prestaba para eso, acompañar a alguien a ir a funciones. Voy a la función a verla, y en ella oí a una muchachita cantando, un grupo de ellas , cantando un vals (tararea la melodía de “Poor Wandering One”), muy bonito. La solista enunciaba (tararea en staccatto) y yo me dije, de inmediato: “¡Eso es lo que yo quiero hacer!” Me encantó de inmediato. Recuerdo haber regresado a casa esa noche, y ponerme a tararear lo mismo... yo copiaba a todo el mundo, y entonces la copié a ella.
Esta niña, que se llamaba Jenny Rojas, lo hizo muy bien. Ella se fue estudiar a New York, estuvo por allá un tiempo, pero al final no tuvo éxito, no pudo, no se le dieron las oportunidades. Pero en la escuela queda el sitio vacío de soprano principal de ella, y al año siguiente me apunté tan pronto pude, luego de ver esa ópera en la clase de coro para poder participar. En la clase lo primero que hacían era probar la voz de uno para ver qué registro uno tenía. Cuando llega el momento de probarme a mí el maestro (entona escala “do-mi-sol-do-sol-mi-do”), sigo subiendo, y subiendo, y cuando terminé allá arriba, él me dice (con voz sorprendida) “oh, you’re a high soprano!” Yo no sabía ni qué era eso (ríe). Yo podía llegar siempre a los agudos más altos, al fa sostenido más alto que se pudiera llegar, no había música escrita que yo no pudiera cantar. En la primera presentación que hice en mi vida profesional, cantando Die Fledermaus, de Johann Strauss (hijo), que le llamaron “Rosalinda” (Rosalinde), porque así le llamaron en Broadway, cuando yo tenía que cantar un aria para audicionar en una escena de la obra, yo tenía que cantar algo, que al final tenía una nota más alta todavía, un sol sobreagudo. Yo lo hacía todas las noches (tararea la música final de “Spiel ich die Unschuld vom Lande”)* eso estaban tocando cuando yo estaba allá arriba (canta la nota, abriendo los brazos en parodia dramática, mientras todos reímos). Me gustó tanto, me gustaba tanto.
(N. de R. - Si algo aprendí al hacer y transcribir esta entrevista fue de ópera. Roberto Martínez de la Torre es un fiebrú de ópera, y por su amor al género y su aprecio a doña Graciela me llevó primero adonde ella... pero la post-producción de esta entrevista fue más retante que diseñar un ODS para un "data warehouse". De ésta le hago las vacaciones a Mario Alegre Barrios...)
En la Central High yo seguí cantando. No solamente canté el cuarto año que hice; luego de graduarme les canté dos óperas más, porque por dos años no había soprano que me substituyera. En ese periodo, no hubo beca para mí. El maestro pidió beca, pero no la había. Cuando el maestro quería enseñarme las óperas, el venía a mi casa. Yo en ese entonces ya no tenía piano en casa; él consiguió un piano usado (¿Sedonte?), un “upright”, chiquito, y me lo trajo a casa. Yo me dije: “quiero estudiar, y hacer esto”, y por eso él pidió la beca. El gobierno de aquél tiempo –y yo creo que todos han sido iguales en esto- decía que no, porque no era para algo importante. Si hubiera sido para estudiar medicina, abogacía, quién sabe. Yo, cuando no pude, el maestro empezó a sugerirme que estudiara música, porque en la ópera todos los muchachos nos aprendíamos todo de memoria. Yo tocaba piano, y todo lo que tocaba era de memoria. El maestro nos daba nociones, apuntes en el libreto, pero no sabíamos música.
Cuando eventualmente fui a Juilliard, y fui a una maestra de canto, que no era la principal que yo quería, porque la que más reclamaban los estudiantes y ya la había pedido todo el mundo, ella, cuando me oyó cantar en las audiciones, y al cantarle el primer aria en la audición, lo primero que me dice es: “You’ve been gettng away with murder!” (ríe) Es decir, que lo hacía “bien,” o que parecía que lo estaba haciendo bien, pero realmente lo estaba haciendo mal. Cuando empecé a cantar con ella, honestamente, ella nunca me enseñó… mientras me enseñaba las cosas, me decía: “haz esto”. Yo lo hacía, y le preguntaba qué fue lo que hice, y ella me decía: “no, no, no, no te preocupes, que eso vendrá después”, “It’s good enough”. Es el tipo de maestra que quiere que uno estudie por diez años, y yo lo sabía.
Juilliard es fuerte para entrar, y fuerte para estudiar. La matrícula, cuando yo estaba allí, era de $300 al semestre… hoy día son $30,000. Todo me salió como lo mandó el Señor. Yo tenía una hermana que vivía en el Bronx, en New York. Si hubiera tenido una hermana que viviera en Philadelphia, yo hubiera ido a estudiar en Philadelphia, me imagino. Me tocó Juilliard. Me daba gracia cuando, más tarde, voy a vivir a una casa donde habíamos tres estudiantes de Juilliard: una violinista, una cellista, y yo. Yo tenía un cuartito con un piano, porque yo cantaba al piano, y el piano era para acompañar la voz. Yo siempre pensé que tenía una voz finita, alta. Una de ellas, amiga mía, me decía: “yo lo que quiero cantar es Wagner”, que era un repertorio que necesitaba una voz más fuerte, el más fuerte que hay. Cada vez que yo la oía cantar, porque ella tocaba cantando, era con su vocecita… ¡más chiquita que la mía! (canta algo de Wagner) que no tenía la fuerza que se necesitaba para cantar algo de Wagner. Yo misma, yo hablaba con el Señor, y le pedía: “Dios mío, yo no quiero hacer algo que no deba… si la voz mia es una flauta, yo no quiero sonar alguna vez como una trompeta”. Así que me cuidé siempre de quedarme haciendo un repertorio específico. Cuando yo oía a esta nena pidiendo cantar Wagner, yo me decía: “lo único que yo puedo cantar de Wagner sería cantar como pajarito…” (ríe)
Una debe, aparte de tener disciplina, conocer lo que puede hacer, y lo que debe hacer. Yo nunca podría ser una “Broadway star”, de las que cantaban con trajes lujosos, ni nada de eso. Esa no soy yo. Yo soy una niña, y me quedé niña, porque los papeles principales que hice siempre fueron de niña. La Gilda de “Rigoletto” es una niña crecidita ya, de 14 años, igual que la Virgen María. Con Gilda yo tuve muchas cosas bonitas. En realidad, el Caro Nome es una cosa bella, y me salía muy bien. Yo aprendí a usar el diafragma, y tengo notas bien largas. Cuando yo terminaba la nota larga, me aplaudían, que era de esperarse. Pero me acuerdo que, una vez, que la nota me salió tan larga, y tan finita, que se quedó en el silencio… y no hubo aplausos al final. El público estaba conmigo, no creas, solo que en esta ocasión en particular, la única vez en que me pasó, me siguieron la voz, y yo lo hice tan suavecito… Luego la parte se repite un poquito, y yo canto un agudo alto, entonces aplauden un montón, porque es tiempo de aplaudir. La ópera es muy interesante, porque ahí viene a colación la claque. Hay óperas, desde el repertorio verídico, un poquito más dramático, donde terminas de cantar, y nadie sabe que se ha terminado. Entonces necesitan alguien que haga así, de momento (aplaude una sola vez), para que todos sepan que ya ha terminado… Yo, en este caso en particular, termino, y sigo, y ya. Pero también me pasó al revés. Un director –y no voy a decir los nombres (ríe) – que quería que cuando yo terminara el Caro Nome, con la nota larga, que nadie aplauda, la orquesta siguiera –o él esperaba que nadie aplaudiera. En el ensayo yo le dije que era usual que la gente aplaudiera allí, pero él no tenía la idea, o no creía que se debía aplaudir. Yo estoy en el New York City Opera (ríe), termino de hacer el Caro Nome, estoy terminando la nota larga, canto con los ojos cerrados –ésa es mi defensa (ríe)- termino, con los ojos cerrados, y la gente empieza a aplaudir. Entonces oigo que la orquesta empieza a sonar (imita un compás de “vamping”), como para que yo siga cantando. Y yo no canté. Yo se lo había dicho, yo no hago eso nunca, y si ellos aplauden, aplauden. La cuestión es que después yo siento, y oigo un pase de batón o de algo, y oigo que la gente aplaude mucho más (ríe nerviosa) ¿Sabes lo que había sucedido? Que el maestro se vira al público y les hace seña para que dejen de aplaudir… y la gente aplaudía más todavía… a todo esto, yo con los ojos cerrados… (ríe)
El público tiene que hacer lo que él quiere, lo que el público desea. Si desea aplaudir, “fine,” yo estoy bien con eso. Hay algunos, como cuando yo canté en la Arena de Verona, en Italia, donde yo canté, y se trata de un sitio donde no hay micrófono. Hicimos cuatro funciones. En una de ellas, el tenor se enceló mucho de mí. En una sesión anterior, él hizo una nota que no le gustó mucho a la gente, y se oyó un pitito –porque la gente en Italia no te abuchea, te pita. En ésta sesión, cuando terminamos de hacer un dueto (canta las partes alternadas) “Addio!… addio! … addio!” Y se supone que él se vaya… y terminamos en un agudo muy alto (imita la nota final de la orquesta) Terminamos, la gente empieza a aplaudir, él me toma de la mano, y vamos hacia el frente del escenario para saludar al público, que no se debe hacer… pero él lo hizo a propósito: “Ustedes quieren oírla a ella, ¡pues ahí la tienen! Y se fue corriendo y me dejó plantada…(todos reimos) , él salió, hizo su “exit”. Y luego yo tengo que estar allí (pone cara de contenta) “¡Ay, qué lindo me cantó! ¡Ah, el Caro Nome!” y yo teniendo que cantar con él luego de lo que me hizo… Y éste era un tenor famoso, de gran renombre, que le molestaba que esta muchachita de afuera y había tenido éxito allí… y me pasó mucho, con barítonos, con tenores, con todo tipo. Pero yo, siempre, yo hago lo que tengo que hacer, y se acabó. (Rie) Uno siempre tiene que estar bien. Yo todo lo hago de forma positiva. Todo es positivo en mí. No hay negativo para nada.
Hoy día yo veo cosas que están mal hechas. Por ejemplo, yo vi a una muchachita, que cantó muy bonito, y alguien enfrente mío le dijo: “Now you’re a superstar!” (con voz sorprendida) ¡No! ¿Cómo puede ser? ¿La primera vez que una canta? Estará bien, y una sonará bien, pero de eso a ser una “superstar”, uno se gana el “superstardom”, ¿te fijas? Eso me molesta mucho, que quieran hacer más de lo que se puede.
(En este momento se le recuerda a la Sra. Rivera sobre el fenómeno de “Operación Triunfo” en España, y el caso particular del triunfo y posterior salida prematura del ambiente artístico de Rosa López, la ganadora del primer ciclo de competencias)
Ay, bendito, el caso que me cuentas de Rosa, ay, Señor… Yo comprendo lo que le pasó, eso pasa. Yo creo que el éxito sí puede llegarle demasiado rápido a alguien. Yo he visto casos de muchas personas.
Yo canté en el Hollywood Bowl, en Hollywood. Yo estuve con una compañía de ópera que viajó por todo Estados Unidos: en San Diego, Los Ángeles, San Francisco… la costa Oeste hasta arriba. Me acuerdo de que cantamos un sábado por la noche, luego de haber cantado durante la semana, y para la próxima función alguien me dijo: “I hope you don’t mind if you don’t sing”. Otra persona cantó por mí esa noche. Todo Hollywood estaba pendiente a ver si uno cantaba, pero nunca me dijeron que estaban pendiente de quién y qué cosa era. Yo canté en Hollywood, y me llevaron a hablar con alguien de MGM Studios, para las películas musicales. Querían, de tanto éxito que yo había tenido, que yo me quedara en Hollywood por dos años, donde me iban a depurar, y a hacerme cosas. Yo sería lo que hizo Katherine Grayson, que salía en las películas de Joe Pasternak. Pero para entonces yo estaba casada. Ya yo me había casado para el tiempo de Juilliard. Estudiando, ya estaba casada. Con el muchacho que me mandó a estudiar, que lo hizo todo para mí. Entonces estábamos pendientes de una presentación que yo tenía que hacer en Cuba. Teníamos que ir desde Vancouver hasta California, en carro, y lo hicimos en cuatro días, un viaje fuerte. En Amarillo, Texas, tuvimos que bajarnos del carro, y en cuatro horas que se tardó en arreglarse, fue cuando pudimos dormir. Llegamos a Cuba solamente con un día de atraso; me perdí un ensayo, pero pude hacer los demás. Iba a hacer la Gilda de Rigoletto, la Mussetta de “La Bohéme”, que yo nunca hago a menos que haga otra grande, y por un lado me tocó hacer una Mussetta, algo que no me gustó hacer… con alguien que me hizo una bien grande, Ferruccio Tagliavini, eso fue algo feo… pero no voy a comentar sobre eso. Yo substituí a alguien, e hice el rol con él pensando que él era el Pavarotti de su día, pero luego de eso ni me habló más, ni lo ví mas… luego que me sacrifiqué mi ópera por dársela a una hermanita de él (sonrie)
Lo del Metropolitan (diciembre de 1951) surgió de una necesidad que tenían ellos de mí, porque yo estuve seis años detrás de cantar en el Metropolitan. Audicionando para el Metropolitan, todos los años. ¡Dios mío! Que si “queremos que usted venga” y luego “ya tenemos a alguien”, y que yo no salía. Yo cantaba con todos los artistas que salían en el Metropolitan afuera, en San Francisco, en Chicago, en Philadelphia, etcétera… y nada sucedía. Llegó el día en que Lilly Pons, que era mi favorita, mi ídolo, había firmado para hacer siete óperas, haciendo la Lucía de “Lucía di Lamermoor”, y solamente quería hacer cinco. Quedaban dos, dos óperas ya hechas, que necesitaban a una veterana que supiera hacerlo enseguida. Mi especialidad era la Lucía. En Italia tuve un éxito tremendo con ella, y la transmitieron por toda Europa (a través de la RAI), etcétera.
Entonces, me invitaron, yo audicioné, y canté con el director y con algunos de los principales, sin el coro. El coro nunca me vió. Cuando hicimos la ópera, yo debía hacer una escena donde Lucía se vuelve loca. En la escena de la locura yo no sé ni lo que hago, pero entonces me persigue un fantasma y yo me caigo, me tiro al piso, porque me está persiguiendo. Entonces me levanto, y digo lo más contenta: “¡aquí estamos, lo más bien!” (rie) y yo hacía esa parte muy bien. La cuestión es que esa noche de debut todo me salió perfecto, perfectamente bien. El New York Times me hizo un “review” perfecto, “un éxito”, y que se yó más.
Entonces me toca hacer la segunda función. En ella yo tuve un accidente. No fue culpa mía, fue de ellos… yo no lo sabía. Me caigo en la escena de la locura, y me vine a acordar después -no esa noche- que en el sitio donde yo caigo habían puesto una alfombrita. Para que yo no me diera golpes o lo que fuera, pero… esa alfombrita tenía un montón de polvo… y cuando yo me he caído, me ha caído todo ese polvo encima. Yo no me di cuenta. Yo empiezo a cantar la escena de la locura, sigo cantando, y canto (canta una nota simulando ahogo) y la parte de abajo no sale… (ríe). Nada. Las notas bajas no me salían.
Terminé, forzando la parte de arriba, y terminé la escena completa sin saber qué había pasado. No me supe defender para nada. Yo terminé llorando, y (simula que le preguntan) “¿y qué pasó?” Y yo: “Nada”. Esa fue mi segunda función. Y esa fue la que vió Mr. Dean y todos los demás, porque el primer día no la vieron. Y esas son cositas que me han pasado, que a lo mejor hicieron la diferencia entre lo que pudo ser y lo que no fue… pero yo siempre estoy bien, siempre he sido la misma. Me vine a dar cuenta de eso a los dos años, estando con mi sobrino en el circo, y viene todo ese polvo encima de mí, y entonces me pasó lo mismo. Dos años después. Eso no lo ha oído nadie, y lo oyes tú ahora (ríe)
Casi todos los jóvenes cuando me hablan dice: “mi abuelito, mi padre era fanático de usted.” De todos los funcionarios de gobierno, la única que se interesó en lo que yo hacía fue Felisa Rincón de Gautier, cuando era alcaldesa de San Juan, cuando yo regresé a Puerto Rico en 1947 luego de estudiar y trabajar allá (yo salí en 1940). Felisa se apegó mucho a mí. Cuando yo le decía que tenía que ir a New Orleans a cantar, ella iba a verme, ella pagando el pasaje, aún yo queriendo pagárselo (ríe). Había un vínculo tan grande entre nosotros, que te puedo decir que la tradición que conocemos nosotros de los Tres Reyes Magos enfrente al Capitolio, empezó en su casa, y mi esposo se los hizo. En su casa mi esposo armó los reyes, el pesebre, con unos vecinos que ella tenía. Felisa fue como una mamá mía, también.
Yo nací en Ponce. La situación mía es peculiar, empezando porque era la séptima de ocho hijos, y no tuve nada nunca… en mi casa, desde los cinco años, mi padre tenía Victrola, y tenía discos de Caruso, y yo oía esa música y me ponía a imitarla, pero yo no sabía que era ópera. En casa había piano, porque mi padre era ministro, y se ponía a tocar los himnos de la iglesia. Mi madre me dice que a los dos años yo bailaba la música de los himnos… (ríe). Por eso decía que yo tenía la música por dentro. Porque eso es una cosa que tenemos todos los puertorriqueños. No hay gente que no tenga talento natural aquí (sonríe)
Yo cantaba “Cristo me ama… Cristo me ama…” y lo sentía y todo. Empecé a ir al culto y aprender sobre Jesús y todo, desde los 5 años.
Mi familia luego se mudó a Cataño. Vivía en la Punta, en Cataño. Al principio iba a la escuela en la Punta. Todo el mundo le llama “La Puntilla”, pero era verdaderamente la Punta, y de vez en cuando se metía el agua en los salones, y nos teníamos que ir. Luego hice el 4to. Grado, en la Horace Mann Towner, y tenía que ir hasta la plaza o más lejos para ir a la escuela, y era un camino… no podíamos ir en carro, si no, se rompía.
Mi padre tenía carro cuando yo era niñita. Me acuerdo que todos nos sentábamos en el carro, que era un carro marca Willie Snyde, algo parecido a un Willis Jeep. Como los taxis de Inglaterra, el carro tenía dos sillitas atrás. Mi padre ponía una tabla grande atrás, y nos sentábamos cuatro (ríe). Íbamos siete en un carro, tres y cuatro. Todo el mundo iba desde Cataño a Vega Baja, donde nació mi padre.
Toda esta cosa musical estaba natural en mí. Yo iba al piano, oía una melodía, y la sacaba en el piano. Escuchaba las notas y sabía donde tocarlas. Iba a las películas de Hollywood, que al principio eran mudas, no había mucho de eso, pero luego, para los 1930’s, ya había muchas películas musicales. Yo iba a la primera tanda, y me aprendía la melodía y todo; a la segunda me aprendía la letra. Regresaba a casa, y ya yo me sabía todo. Antes de que viniera, con el curso del tiempo, antes que vinieran a Puerto Rico esas canciones. Era increíble.
Tuve la suerte que el Señor me dio un talento natural, y mi familia me dejaba estar expuesta a eso, no les molestaba. Recuerdo que a los once años, cuando yo estaba en séptimo u octavo grado, a las once de la noche, todo el mundo en casa estaba durmiendo, y yo estaba en casa, pegada a un radio, oyendo una estación de radio de Miami, desde el Hollywood Hotel, y era todo melodías. Yo oía eso y me encantaba. Era el deseo que yo tenía de oírlas. Yo imitaba las películas de Imperio Argentina, Libertad Lamarque, Grace Moore, Lily Pons… yo oía todas esas películas. Tenía ese interés. Uno aprende muchísimo de las películas, cuando son buenas. No hay donde aprender más que con ellas.
Siempre estuve expuesta al inglés, buen oído para el inglés. Mi padre trabajaba con misioneros americanos, ellos le vendieron una enciclopedia, y la que nos compró era en inglés. Allí estuve expuesta al inglés, a la música y a cosas de medicina. No sé si fue por la época, pero yo tengo un hermano, que todavía está vivo, el que me queda vivo, él y yo íbamos al cine, en el tiempo que las películas venían de Hollywood, donde los subtítulos eran en español, pero todo era en inglés. Al escucharlas estabas aprendiendo en inglés. Yo cuando regresaba a casa era capaz de repetir los parlamentos de las películas, frases que no son comunes en inglés. O palabras que uno repetía, que no eran comunes o las mejores en vocabulario, pero todo lo aprendí por el oído.
Porque tengo un oído, gracias a Dios, que me ha dado muy buenos resultados. La entonación, es un orgullo que yo tengo. La primera crítica que me hicieron en Italia… yo no lo podía creer. Explicaban cómo era que yo cantaba, cómo lo hacía, que decían que yo “tenía una entonación natural, y por lo tanto, perfecta” (ríe). Yo no sabía que yo podía hacer eso. ¡Yo nunca tuve maestro de canto! Yo tuve maestros de piano…
En casa yo escuchaba música por mi cuenta, y en las películas, pero de mi casa no me llegaba la motivación para cantar. Eso me llegó en la escuela. Primero me sospeché que tenía vocación para esto cuando estaba en 4to. grado, en la Horace Mann, un edificio grandísimo, en Cataño. Todos los viernes por la mañana tenían “opening exercises”, una costumbre muy bonita. Nosotros nos poníamos de pie, en fila, y mientras esperábamos venía gente a cantarnos y a bailarnos, a hacernos un entretenimiento. Me acuerdo como hoy que vino un muchacho, a cantarnos (canta “Painting the Clouds with Sunshine”) “When I pretend I’m gay / I never feel that way / I’m always painting the clouds with sunshine …” Una cosa que entraba, y en inglés, que se me quedaba… qué mucho yo aprendí de ese show.
Luego de Cataño nos mudamos a Santurce. Estudié en la Rafael Cordero, 5to. y 6to. grado. Luego, en la Rafael María de Labra, donde estudié 7mo. y 8vo., allí fue que empecé a cantar, un poquito. En la Labra teníamos –lo más bonito que yo encontré-, teníamos varias clases. Las mujeres teníamos costura –los varones tenían “shop”, teníamos clases de cocina, de arte y de música. Cuatro distintas cosas, según una deseara. En la clase de costura fue que aprendí a tener pa-cien-cia (ríe). Cogía una falda de campana, y tenía que hacerle el ruedo, a mano. Yo misma me eduqué a hacerlo, pensé que no iba a terminar nunca, pero me motivé a hacerlo, una y otra vez. Así me motivé a esperar, a tener paciencia. Y la paciencia es muy importante, hace mucha falta ahora. Hoy día nadie tiene paciencia, en la calle, todo es prisa, y no es necesario…
Nosotros cantábamos ópera en la Central High de Santurce. No sabíamos de música, ¡cantábamos todo de oído, en italiano, no en español! ¡Según lo oíamos lo repetíamos! Yo canté Rigoletto, canté Lucía de Lamermoor, hice Il Trovatore, que no es para mí, pero en aquél tiempo no importaba, Aída, al final... en la Central High. Un señor americano, que vino a Puerto Rico a enseñar inglés, y tenía problemas de respiración o alergias para quien el clima tropical le convenía. Vino a Puerto Rico, y era un ardiente amante de la ópera, y había estado en el mismo escenario que Mary Garden, una de las famosas cantantes americanas de la ópera. Él se propuso hacer esas óperas en la Central, y de de momento, muchachos que no se portaban bien en ninguna clase le ayudaban a hacer el escenario, la escenografía y todo.
La matemática no me entraba. Los números, nada… y sin embargo, cuando fui a estudiar a Juilliard, tuve que hacer un semestre de teoría sin crédito. ¡Qué bonito yo encontraba que, cuando yo fuera a llenar partituras enteras de ritmos, en distintos tiempos, tenía que aplicar nociones de matemática a la música. Y todo tiene que ver con matemática… el mismo principio del denominador común, en la matemática, y en la música, el requinto. Claro, al principio no me gustaba, porque tenía que pensar en términos de notas numéricas: La redonda, la blanca, la negra, la corchea, la fusa, la difusa y la confusa… (ríe estruendosamente)
Nunca tuve presión de grupo negativa. Lo que sucedía era que a mis compañeros no le importaba lo que yo hacía. Yo hacía lo que hacía. (Suspira melancólicamente)
Yo tuve una tristeza en mi familia porque mi padre, que era ministro, llegó el día en que, según mi madre, “cayó en la tentación”, y se fue. Nos abandonó. Es decir, él no estaba. Entonces mi madre estaba tan triste y tan desolada que no se interesó mucho en llevarnos a mí… ella, como si se hubiera perdido, no sé. Ella no se suicidó, ni se quiso matar, porque tenía mucha religión, pero que, era como si estuviera dejada de nosotros. Nosotros nos cuidamos nosotros mismos. Yo misma me acuerdo, siendo de las últimas… Lo único que tenía fácil era, me acuerdo, que cuando llegaba el tiempo de la limpieza de la casa. Las hermanas mayores (éramos 4 mujeres y 4 varones), hacían todo, y a mi me tocaba limpiar los muebles… poquita cosa. Cada uno hizo de su parte cuando mi padre no estuvo ya. Por esa razón todas seguimos lo que queríamos. A mí, pues, me encantó la música, y la seguí.
Teníamos suerte, porque, en las películas mudas, como no había música, yo no sé a quién se le ocurrió esto, pero en los teatros lo que se tocaba era música clásica. Yo he oído óperas completas, La Bohéme (de Giaccomo Puccini), por ejemplo, musicalmente, la orquesta, sin los cantantes (tararea música del primer acto), como fondo de esas películas. Yo vi además una película que era de (Vincenzo) Bellini, un compositor favorito, que yo no sabía quién era, La Casta Diva , que luego la aprendí. El Señor me dio la oportunidad de cantar en el pueblo natal de Bellini, en Catania, en su pueblo natal, en Italia, una ópera de él.
En mi caso, yo tenía la musicalidad por dentro, pero no estaba muy ansiosa por estudiar o dedicarme a eso. En primer lugar, no había dinero, no había oportunidades. Yo siempre veía las películas musicales, y salía del cine cantando las canciones (imita a Libertad Lamarque). Nunca pensé qué era lo que debía hacer. En la escuela Labra empecé a cantar para otras personas; antes de eso, solo en la iglesia, y muy poquito. En la Labra, la maestra de la clase de música dice un día: “vamos a hacer un show, y vamos a presentar esta canción”; y nos enseñó “Coctails for Two” una de las que yo oía en las películas.
Empezamos a cantar todos la canción, muchachas nada más. Las clases estaban segregadas entre muchachos y muchachas. En la segunda parte, que era mucho más alta,
“My head may go reeling
But my heart will be obedient
With intoxicating kisses
For the principal ingredient…
yo me pongo a cantar, y todas las muchachas me dejan solita… ya yo me sabía toda la letra*:
“…Most any afternoon at five
We'll be so glad we're both alive
Then maybe fortune will complete her plan
That all began with cocktails for two”
(Nota del Editor: Gracias a Spike Jones, ¡yo tambien me la sabía!)
Así que me cogieron para ser la solista… (ríe) Me tocó vestirme de hombre con una etiqueta, rodeada de muchachas, cantando con un cigarillo en la mano… porque la letra lo decía: “As we enjoy a cigarette…” Cuando todo el mundo se fue, yo quise probar, para ver de qué se trataba eso, que todo el mundo fuma. Hice así (aspira imitando fumar) y dije: “Dios mío, ¡qué malo es esto!”. No tosí ni nada, porque no me hizo efecto… pero no me interesó para nada. Luego descubrí que mi esposo se tardó casi ocho años en dejar de fumar. Eso me ayudó a mí en el futuro. Los cantantes debemos tener el pecho saludable. No hay que dudar que algo que tú le echas al cuerpo que no debe estar allí te va a hacer daño, incluso las cosas que te agradan. Es como cuando te vas a dormir; yo tengo ahora mismo un régimen, donde para dormir me tomo un vaso de leche y una galletita… pero solo una, por más que me guste. Creo que la palabra esencial aquí es… ¡di-sci-pli-na! (ríe) Me preguntaron en el programa de televisión “Cultura Viva” cuál es el secreto de yo estar en buena salud, cómo se explica como estoy a los 82 años. La respuesta es esa, disciplina.
En el teatro, especialmente en Estados Unidos… allí estuve en televisión y radio, todos los canales de New York… Por ejemplo, en programas especiales como The Bell Telephone Hour; en Canada yo estuve en radio, en un programa específicamente hecho para Latinoamérica, y donde yo he cantado un aria que no he cantado más nunca , la más difícil que hay, de Richard Strauss, una parte de coloratura… preciosa. Yo he tratado de averiguar si es posible saber dónde y cómo está. En la NBC había un programa de variedades llamado “Your Show of Shows”, un programa de variedades con Imogene Coca y Sid Caesar. Yo estuve allí con ellos, substituyendo a otra que cantaba las óperas y el material clásico en el programa, Marguerite Piazza. Yo la substituí a ella un verano. Ese show lo hacíamos en New York. Teníamos que hacer kinescopios para la costa oeste de los Estados Unidos (no había transmisión directa al oeste de Estados Unidos). Eso fue en el 1953, 1954. Eso debe estar por ahí en algún sitio*. Yo también hice en el Radio City Music Hall, en 1961, un show dedicado a Puerto Rico. A mí me usaron como la que sabía de Puerto Rico. Yo no sabía tanto de música popular, pero les expliqué ciertas cositas, y ellas las siguieron al pie de la letra. Les dí la idea para un “overture” que comprendía las piezas que yo hago cuando hago conferencias ilustradas sobre la música puertorriqueña. En Carnegie Hall hicimos un show patrocinado por el Periódico El Mundo, “Famous Puerto Rican Stars in the World of Music” con José Ferrer.
(N. de R. - Yo busqué esas referencias como un demente, a ver si podíamos sorprender a la Sra. Rivera con un video de su actuación en los dos programas. Se nos hizo bien, bien dificil. Aparentemente de 175 programas de Show of Shows la Biblioteca del Congreso tiene "videocassettes" de aproximadamente 40. De Bell Telephone Hour aparentan haber muy pocos. Si a alguno de esos investigadores fiebrús de Internet se le ocurre ayudarme a buscarlos... no pierdo las esperanzas de hacérselos llegar a doña Graciela un día de éstos...)
Yo serví de profesora en la Universidad de New York por 15 años. Hoy día vivo aquí porque estoy pensionada por esa labor; de otro modo no podría vivir del canto en Puerto Rico. Allí una de las primeras cosas que hice fue dar una clase de la historia de la música puertorriqueña. Escribí mi libro sobre el tema mientras lo estaba enseñando. Allí hablé de raíces, influencias y desarrollo autóctono. Empezamos con nuestras raíces: la percusión de los indios, que no se puede negar, pero todo lo demás venía de fuera. Llegó el día en que acá en América sacamos un primer ritmo, la habanera, que llegó a Europa. Allá Georges Bizet pone la habanera en su ópera Carmen (tararea “L’amour”) Cuando le tarareo el ritmo a los niños, eso a ellos les gusta, y les recalco que eso salió de acá para Europa, en el siglo XIX. Quizá hubo influencias antes, pero ese ritmo pega por toda América y Europa. Uno de los sitios donde pega es en Perú. Allá un cantante operático y se aprende la “Bellísima Peruana / Imagen del Candor…” viene acá, se enamora de una puertorriqueña, y para que cuadre con el ritmo le cambia la letra a “Bellísima Trigueña…” Nos llama trigueñas, que es bien bonito… Y a la larga eso termina siendo nuestro himno…
Yo tuve que ver tanto con esas historias que pasaban… lo que más me gusta, y lo que más recalco siempre, es que hay siempre influencias en todo lo que uno hace. Este americano Gottschalk, que viene de New Orleans a Puerto Rico, y se empapa de todos los ritmos negros, de allá y de acá. Y luego le atribuyen haber escrito una danza puertorriqueña… no, eso vino después. Tuvo ese deseo de que se conociera la música de Puerto Rico en otros lugares.
Yo fui a Estados Unidos a estudiar, porque siempre tuve de alguna forma la conexión con Estados Unidos. Primero, por mi padre y los misioneros, luego en la escuela.
Este señor americano que enseñó en la Central High presentó óperas allí. No he oído de ningún lugar en el mundo donde lo han hecho en Escuela Superior. En los colegios lo hacen, allá, aunque acá lo han hecho, son obras más ligeras, y de Broadway… pero la primera ópera que se montó acá. Yo no sabía lo que era opera, no quería oírla. Él presenta una operetta, y yo estaba en primer año de high. Era “The Pirates of Penzance”, de Gilbert y Sullivan, a 25 centavos y 15 centavos. Mi interés estaba en la música de las películas de Hollywood, y por eso no quería ir, pero una vecina mía, que era maestra en la Central, me dio dos boletos, para que llevara a su hijita. Yo siempre me prestaba para eso, acompañar a alguien a ir a funciones. Voy a la función a verla, y en ella oí a una muchachita cantando, un grupo de ellas , cantando un vals (tararea la melodía de “Poor Wandering One”), muy bonito. La solista enunciaba (tararea en staccatto) y yo me dije, de inmediato: “¡Eso es lo que yo quiero hacer!” Me encantó de inmediato. Recuerdo haber regresado a casa esa noche, y ponerme a tararear lo mismo... yo copiaba a todo el mundo, y entonces la copié a ella.
Esta niña, que se llamaba Jenny Rojas, lo hizo muy bien. Ella se fue estudiar a New York, estuvo por allá un tiempo, pero al final no tuvo éxito, no pudo, no se le dieron las oportunidades. Pero en la escuela queda el sitio vacío de soprano principal de ella, y al año siguiente me apunté tan pronto pude, luego de ver esa ópera en la clase de coro para poder participar. En la clase lo primero que hacían era probar la voz de uno para ver qué registro uno tenía. Cuando llega el momento de probarme a mí el maestro (entona escala “do-mi-sol-do-sol-mi-do”), sigo subiendo, y subiendo, y cuando terminé allá arriba, él me dice (con voz sorprendida) “oh, you’re a high soprano!” Yo no sabía ni qué era eso (ríe). Yo podía llegar siempre a los agudos más altos, al fa sostenido más alto que se pudiera llegar, no había música escrita que yo no pudiera cantar. En la primera presentación que hice en mi vida profesional, cantando Die Fledermaus, de Johann Strauss (hijo), que le llamaron “Rosalinda” (Rosalinde), porque así le llamaron en Broadway, cuando yo tenía que cantar un aria para audicionar en una escena de la obra, yo tenía que cantar algo, que al final tenía una nota más alta todavía, un sol sobreagudo. Yo lo hacía todas las noches (tararea la música final de “Spiel ich die Unschuld vom Lande”)* eso estaban tocando cuando yo estaba allá arriba (canta la nota, abriendo los brazos en parodia dramática, mientras todos reímos). Me gustó tanto, me gustaba tanto.
(N. de R. - Si algo aprendí al hacer y transcribir esta entrevista fue de ópera. Roberto Martínez de la Torre es un fiebrú de ópera, y por su amor al género y su aprecio a doña Graciela me llevó primero adonde ella... pero la post-producción de esta entrevista fue más retante que diseñar un ODS para un "data warehouse". De ésta le hago las vacaciones a Mario Alegre Barrios...)
En la Central High yo seguí cantando. No solamente canté el cuarto año que hice; luego de graduarme les canté dos óperas más, porque por dos años no había soprano que me substituyera. En ese periodo, no hubo beca para mí. El maestro pidió beca, pero no la había. Cuando el maestro quería enseñarme las óperas, el venía a mi casa. Yo en ese entonces ya no tenía piano en casa; él consiguió un piano usado (¿Sedonte?), un “upright”, chiquito, y me lo trajo a casa. Yo me dije: “quiero estudiar, y hacer esto”, y por eso él pidió la beca. El gobierno de aquél tiempo –y yo creo que todos han sido iguales en esto- decía que no, porque no era para algo importante. Si hubiera sido para estudiar medicina, abogacía, quién sabe. Yo, cuando no pude, el maestro empezó a sugerirme que estudiara música, porque en la ópera todos los muchachos nos aprendíamos todo de memoria. Yo tocaba piano, y todo lo que tocaba era de memoria. El maestro nos daba nociones, apuntes en el libreto, pero no sabíamos música.
Cuando eventualmente fui a Juilliard, y fui a una maestra de canto, que no era la principal que yo quería, porque la que más reclamaban los estudiantes y ya la había pedido todo el mundo, ella, cuando me oyó cantar en las audiciones, y al cantarle el primer aria en la audición, lo primero que me dice es: “You’ve been gettng away with murder!” (ríe) Es decir, que lo hacía “bien,” o que parecía que lo estaba haciendo bien, pero realmente lo estaba haciendo mal. Cuando empecé a cantar con ella, honestamente, ella nunca me enseñó… mientras me enseñaba las cosas, me decía: “haz esto”. Yo lo hacía, y le preguntaba qué fue lo que hice, y ella me decía: “no, no, no, no te preocupes, que eso vendrá después”, “It’s good enough”. Es el tipo de maestra que quiere que uno estudie por diez años, y yo lo sabía.
Juilliard es fuerte para entrar, y fuerte para estudiar. La matrícula, cuando yo estaba allí, era de $300 al semestre… hoy día son $30,000. Todo me salió como lo mandó el Señor. Yo tenía una hermana que vivía en el Bronx, en New York. Si hubiera tenido una hermana que viviera en Philadelphia, yo hubiera ido a estudiar en Philadelphia, me imagino. Me tocó Juilliard. Me daba gracia cuando, más tarde, voy a vivir a una casa donde habíamos tres estudiantes de Juilliard: una violinista, una cellista, y yo. Yo tenía un cuartito con un piano, porque yo cantaba al piano, y el piano era para acompañar la voz. Yo siempre pensé que tenía una voz finita, alta. Una de ellas, amiga mía, me decía: “yo lo que quiero cantar es Wagner”, que era un repertorio que necesitaba una voz más fuerte, el más fuerte que hay. Cada vez que yo la oía cantar, porque ella tocaba cantando, era con su vocecita… ¡más chiquita que la mía! (canta algo de Wagner) que no tenía la fuerza que se necesitaba para cantar algo de Wagner. Yo misma, yo hablaba con el Señor, y le pedía: “Dios mío, yo no quiero hacer algo que no deba… si la voz mia es una flauta, yo no quiero sonar alguna vez como una trompeta”. Así que me cuidé siempre de quedarme haciendo un repertorio específico. Cuando yo oía a esta nena pidiendo cantar Wagner, yo me decía: “lo único que yo puedo cantar de Wagner sería cantar como pajarito…” (ríe)
Una debe, aparte de tener disciplina, conocer lo que puede hacer, y lo que debe hacer. Yo nunca podría ser una “Broadway star”, de las que cantaban con trajes lujosos, ni nada de eso. Esa no soy yo. Yo soy una niña, y me quedé niña, porque los papeles principales que hice siempre fueron de niña. La Gilda de “Rigoletto” es una niña crecidita ya, de 14 años, igual que la Virgen María. Con Gilda yo tuve muchas cosas bonitas. En realidad, el Caro Nome es una cosa bella, y me salía muy bien. Yo aprendí a usar el diafragma, y tengo notas bien largas. Cuando yo terminaba la nota larga, me aplaudían, que era de esperarse. Pero me acuerdo que, una vez, que la nota me salió tan larga, y tan finita, que se quedó en el silencio… y no hubo aplausos al final. El público estaba conmigo, no creas, solo que en esta ocasión en particular, la única vez en que me pasó, me siguieron la voz, y yo lo hice tan suavecito… Luego la parte se repite un poquito, y yo canto un agudo alto, entonces aplauden un montón, porque es tiempo de aplaudir. La ópera es muy interesante, porque ahí viene a colación la claque. Hay óperas, desde el repertorio verídico, un poquito más dramático, donde terminas de cantar, y nadie sabe que se ha terminado. Entonces necesitan alguien que haga así, de momento (aplaude una sola vez), para que todos sepan que ya ha terminado… Yo, en este caso en particular, termino, y sigo, y ya. Pero también me pasó al revés. Un director –y no voy a decir los nombres (ríe) – que quería que cuando yo terminara el Caro Nome, con la nota larga, que nadie aplauda, la orquesta siguiera –o él esperaba que nadie aplaudiera. En el ensayo yo le dije que era usual que la gente aplaudiera allí, pero él no tenía la idea, o no creía que se debía aplaudir. Yo estoy en el New York City Opera (ríe), termino de hacer el Caro Nome, estoy terminando la nota larga, canto con los ojos cerrados –ésa es mi defensa (ríe)- termino, con los ojos cerrados, y la gente empieza a aplaudir. Entonces oigo que la orquesta empieza a sonar (imita un compás de “vamping”), como para que yo siga cantando. Y yo no canté. Yo se lo había dicho, yo no hago eso nunca, y si ellos aplauden, aplauden. La cuestión es que después yo siento, y oigo un pase de batón o de algo, y oigo que la gente aplaude mucho más (ríe nerviosa) ¿Sabes lo que había sucedido? Que el maestro se vira al público y les hace seña para que dejen de aplaudir… y la gente aplaudía más todavía… a todo esto, yo con los ojos cerrados… (ríe)
El público tiene que hacer lo que él quiere, lo que el público desea. Si desea aplaudir, “fine,” yo estoy bien con eso. Hay algunos, como cuando yo canté en la Arena de Verona, en Italia, donde yo canté, y se trata de un sitio donde no hay micrófono. Hicimos cuatro funciones. En una de ellas, el tenor se enceló mucho de mí. En una sesión anterior, él hizo una nota que no le gustó mucho a la gente, y se oyó un pitito –porque la gente en Italia no te abuchea, te pita. En ésta sesión, cuando terminamos de hacer un dueto (canta las partes alternadas) “Addio!… addio! … addio!” Y se supone que él se vaya… y terminamos en un agudo muy alto (imita la nota final de la orquesta) Terminamos, la gente empieza a aplaudir, él me toma de la mano, y vamos hacia el frente del escenario para saludar al público, que no se debe hacer… pero él lo hizo a propósito: “Ustedes quieren oírla a ella, ¡pues ahí la tienen! Y se fue corriendo y me dejó plantada…(todos reimos) , él salió, hizo su “exit”. Y luego yo tengo que estar allí (pone cara de contenta) “¡Ay, qué lindo me cantó! ¡Ah, el Caro Nome!” y yo teniendo que cantar con él luego de lo que me hizo… Y éste era un tenor famoso, de gran renombre, que le molestaba que esta muchachita de afuera y había tenido éxito allí… y me pasó mucho, con barítonos, con tenores, con todo tipo. Pero yo, siempre, yo hago lo que tengo que hacer, y se acabó. (Rie) Uno siempre tiene que estar bien. Yo todo lo hago de forma positiva. Todo es positivo en mí. No hay negativo para nada.
Hoy día yo veo cosas que están mal hechas. Por ejemplo, yo vi a una muchachita, que cantó muy bonito, y alguien enfrente mío le dijo: “Now you’re a superstar!” (con voz sorprendida) ¡No! ¿Cómo puede ser? ¿La primera vez que una canta? Estará bien, y una sonará bien, pero de eso a ser una “superstar”, uno se gana el “superstardom”, ¿te fijas? Eso me molesta mucho, que quieran hacer más de lo que se puede.
(En este momento se le recuerda a la Sra. Rivera sobre el fenómeno de “Operación Triunfo” en España, y el caso particular del triunfo y posterior salida prematura del ambiente artístico de Rosa López, la ganadora del primer ciclo de competencias)
Ay, bendito, el caso que me cuentas de Rosa, ay, Señor… Yo comprendo lo que le pasó, eso pasa. Yo creo que el éxito sí puede llegarle demasiado rápido a alguien. Yo he visto casos de muchas personas.
Yo canté en el Hollywood Bowl, en Hollywood. Yo estuve con una compañía de ópera que viajó por todo Estados Unidos: en San Diego, Los Ángeles, San Francisco… la costa Oeste hasta arriba. Me acuerdo de que cantamos un sábado por la noche, luego de haber cantado durante la semana, y para la próxima función alguien me dijo: “I hope you don’t mind if you don’t sing”. Otra persona cantó por mí esa noche. Todo Hollywood estaba pendiente a ver si uno cantaba, pero nunca me dijeron que estaban pendiente de quién y qué cosa era. Yo canté en Hollywood, y me llevaron a hablar con alguien de MGM Studios, para las películas musicales. Querían, de tanto éxito que yo había tenido, que yo me quedara en Hollywood por dos años, donde me iban a depurar, y a hacerme cosas. Yo sería lo que hizo Katherine Grayson, que salía en las películas de Joe Pasternak. Pero para entonces yo estaba casada. Ya yo me había casado para el tiempo de Juilliard. Estudiando, ya estaba casada. Con el muchacho que me mandó a estudiar, que lo hizo todo para mí. Entonces estábamos pendientes de una presentación que yo tenía que hacer en Cuba. Teníamos que ir desde Vancouver hasta California, en carro, y lo hicimos en cuatro días, un viaje fuerte. En Amarillo, Texas, tuvimos que bajarnos del carro, y en cuatro horas que se tardó en arreglarse, fue cuando pudimos dormir. Llegamos a Cuba solamente con un día de atraso; me perdí un ensayo, pero pude hacer los demás. Iba a hacer la Gilda de Rigoletto, la Mussetta de “La Bohéme”, que yo nunca hago a menos que haga otra grande, y por un lado me tocó hacer una Mussetta, algo que no me gustó hacer… con alguien que me hizo una bien grande, Ferruccio Tagliavini, eso fue algo feo… pero no voy a comentar sobre eso. Yo substituí a alguien, e hice el rol con él pensando que él era el Pavarotti de su día, pero luego de eso ni me habló más, ni lo ví mas… luego que me sacrifiqué mi ópera por dársela a una hermanita de él (sonrie)
Lo del Metropolitan (diciembre de 1951) surgió de una necesidad que tenían ellos de mí, porque yo estuve seis años detrás de cantar en el Metropolitan. Audicionando para el Metropolitan, todos los años. ¡Dios mío! Que si “queremos que usted venga” y luego “ya tenemos a alguien”, y que yo no salía. Yo cantaba con todos los artistas que salían en el Metropolitan afuera, en San Francisco, en Chicago, en Philadelphia, etcétera… y nada sucedía. Llegó el día en que Lilly Pons, que era mi favorita, mi ídolo, había firmado para hacer siete óperas, haciendo la Lucía de “Lucía di Lamermoor”, y solamente quería hacer cinco. Quedaban dos, dos óperas ya hechas, que necesitaban a una veterana que supiera hacerlo enseguida. Mi especialidad era la Lucía. En Italia tuve un éxito tremendo con ella, y la transmitieron por toda Europa (a través de la RAI), etcétera.
Entonces, me invitaron, yo audicioné, y canté con el director y con algunos de los principales, sin el coro. El coro nunca me vió. Cuando hicimos la ópera, yo debía hacer una escena donde Lucía se vuelve loca. En la escena de la locura yo no sé ni lo que hago, pero entonces me persigue un fantasma y yo me caigo, me tiro al piso, porque me está persiguiendo. Entonces me levanto, y digo lo más contenta: “¡aquí estamos, lo más bien!” (rie) y yo hacía esa parte muy bien. La cuestión es que esa noche de debut todo me salió perfecto, perfectamente bien. El New York Times me hizo un “review” perfecto, “un éxito”, y que se yó más.
Entonces me toca hacer la segunda función. En ella yo tuve un accidente. No fue culpa mía, fue de ellos… yo no lo sabía. Me caigo en la escena de la locura, y me vine a acordar después -no esa noche- que en el sitio donde yo caigo habían puesto una alfombrita. Para que yo no me diera golpes o lo que fuera, pero… esa alfombrita tenía un montón de polvo… y cuando yo me he caído, me ha caído todo ese polvo encima. Yo no me di cuenta. Yo empiezo a cantar la escena de la locura, sigo cantando, y canto (canta una nota simulando ahogo) y la parte de abajo no sale… (ríe). Nada. Las notas bajas no me salían.
Terminé, forzando la parte de arriba, y terminé la escena completa sin saber qué había pasado. No me supe defender para nada. Yo terminé llorando, y (simula que le preguntan) “¿y qué pasó?” Y yo: “Nada”. Esa fue mi segunda función. Y esa fue la que vió Mr. Dean y todos los demás, porque el primer día no la vieron. Y esas son cositas que me han pasado, que a lo mejor hicieron la diferencia entre lo que pudo ser y lo que no fue… pero yo siempre estoy bien, siempre he sido la misma. Me vine a dar cuenta de eso a los dos años, estando con mi sobrino en el circo, y viene todo ese polvo encima de mí, y entonces me pasó lo mismo. Dos años después. Eso no lo ha oído nadie, y lo oyes tú ahora (ríe)
1 Comments:
Yo soy cantante Operatico, e resido en Santa fe, New Mexico... Muchos me comparan con, Mario Lanza... Tengo 50 y pico de anos... El que quiera communicarse conmigo, a la siguiente direcion: 1899 pacheco street/ apt 1301/santa fe, new mexico 87505.. Me llamo: Dante
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